Argentina campeón del mundo 1978. Hoy se cumplen 33 años de aquella vuelta olímpica a la que se llegó jugando muy bien al fútbol en medio del horror más espantoso.
Muchos siglos después, en el Coliseo Romano todavía se respira el miedo, la furia y la sangre, todavía se oye el rugido de los gladiadores. Se trató de un partido tenso, interesante, táctico, vibrante. Argentina sacó ventaja en una jugada que se inició en Ardiles y que coronó Kempes. Iban 37. Cuando restaban ocho y las tribunas ululaban tímidamente, una severa descoordinación en la defensa argentina permitió el centro de René Van de Kerkhof para que Nanninga metiera el cabezazo del empate, de la zozobra. En realidad, los 80 mil espectadores no entraron en estado de letanía cuando Holanda empató sino en el último minuto: Willie Van de Kerkhof alcanzó a alargar su pie derecho y a tocar el pelotazo larguísimo y somnoliento que sobrepasó la mirada desesperada de Fillol. Llegó apenas a la pelota. Pif, ajena, mansa, aburrida, se revolcó hasta acariciar el palo derecho. Mujer al fin, provocaba, invitaba a derramarse. Generadora de angustia, clavó su perfume en el silencio mortal de todo el estadio, establecido en ese palo derecho del arquero argentino. (…) Apenas unos segundos después se cumplían los 90, con un 1 a 1 que obligaba al alargue. Antes, Menotti les había dado una última directiva: “Respeten sus convicciones. Nuestra obligación es hacer lo imposible por darle a nuestra gente un espectáculo inolvidable”. Y casi en un grito, espetó: “Hoy más que nunca tenemos que poner en práctica la idea que movió a este conjunto de hombres. Que nos ganen…, pero que muramos con nuestra verdad en las manos”. (…) Pocos instantes después Kempes y Bertoni servirían la torta con otros dos goles. Muñoz se desgañitaba: “Terminó el partido. Argentina es el nuevo Campeón del Mundo. Argentina es campeón mundial. (…)”.
(El fotógrafo) Ricardo Alfieri entró a la cancha en cuanto escuchó el silbato final del árbitro. Gatillaba compulsivamente. Los vio allí. Arrodillados como en un santuario. Abrazados como enamorados. Emocionados como millares. Captó el momento único. Intuición de artista. Los tres quedaron en foco. Fillol y Tarantini sobre el césped. Y Víctor, un muchacho sin brazos, envolviendo el aire, lana sin control la de sus mangas, multiplicando energía, abrazando con el alma.
(…) Passarella fue el primero en levantar la Copa. Videla se la entregó. Al día siguiente, Clarín tituló: “Cuando la Copa se sintió feliz”. Su editorial: “Este triunfalismo es una novedad en un país que, como la Argentina, ha estado inmerso demasiado tiempo en la frustración, la derrota, o el extremo dolor”. La Prensa puso las fotos de Menotti, Merlo y Lacoste. Crónica, en su estilo: “¡No hay tierra como la nuestra!”. Ernesto Sábato confesó a Le Monde: “Me siento
hondamente angustiado por la tragedia que vivió (la Argentina) en estos últimos diez años.” Aunque aceptaría: “Boicotear el Mundial no sólo hubiera sido boicotear al gobierno, sino también al pueblo de la Argentina, que de veras no se lo merece”. <
Extracto del libro Fuimos campeones, escrito por Ricardo Gotta
No hay comentarios:
Publicar un comentario